viernes, 6 de agosto de 2010

1. LUCAS


-         Lucas, espera... Para... ¡Lucas!
-         ¿Qué pasa? – Dios, vaya manera de cortarme el royo.
-         Que... no sé... ¿Aquí? ¿En los baños del instituto? – Joder, otra vez con lo mismo.
-         ¿Por qué no?
-         Yo... Ya te lo he dicho, me gustaría que fuera más especial...
-         Buf.

Resoplo mientras me separo de... ¿cómo se llamaba? Bah, da igual. Cojo mi camiseta, quito el cerrojo de la puerta y me dispongo a salir, aún con el bulto en mis pantalones.

-         Espera, no te vayas.
-         ¿Y qué quieres que hagamos aquí? ¿Jugar al parchís? – Qué tía más pesada.
-         No, escucha. Yo quiero hacerlo contigo, Lucas, pero es que aquí... no.
-         Vale, lo he entendido perfectamente, preciosa. – A ver si ya me deja en paz.
-         Entonces, ¿no estás enfadado? – No, qué va. Simplemente has calentado el horno para después no dejarme meter el bollo y así dejarme con hambre; pero no lo estoy.
-         No. Pero la próxima vez, preferiría no saltarme clases para nada.
-         Lo siento, cariño, de verdad... - ¡MEC! ¡Error! Me ha llamado cariño, síntoma de que quiere algo más que sexo, tengo que salir de aquí.
-         Vale, vale, no te preocupes. Ahora quédate aquí unos minutos mientras salgo yo primero, para que no nos pillen, ¿de acuerdo?

Le doy un beso rápido en los labios y salgo. Fuera están un par de chicas maquillándose más, si es que es posible. Se quedan mirándome boquiabiertas a través del espejo.

-         Hola, chicas. Espero no molestaros. – Las saludo con toda la tranquilidad del mundo mientras me pongo la camiseta.
-         Ho-hola, Lucas. – Balbucean ambas – No... no nos molestas en absoluto.
-         Es un alivio. - Me acerco al espejo para ver si todo está correcto. Menos mal que el bulto ha disminuido. – Bueno, preciosas, me voy.
-         Hasta luego... – Susurran.

 Y cuando cierro la puerta, oigo un “¡Oh, Dios mío, era Lucas y sin camiseta!”. Río entre dientes. Ya estoy acostumbrado a tener a cualquier chica cuando quiera, donde quiera y para lo que quiera. Tarde o temprano todas caen. Ésta última chica, que por cierto no recuerdo su nombre, me la he ligado en el recreo. He estado a punto de tirármela, pero no le gustaba el lugar... Madre mía, hay que ser estúpida. Bueno, después la espero a la salida, me la llevo a casa y listo. Le daré una segunda oportunidad por que está muy buena, si no, ni me molestaría. Y una de las chicas del baño tampoco estaba tan mal... Esa para mañana.
Dios, necesito que me dé el aire. Saldré al patio a despejarme.
No soy un cerdo ni nada por el estilo, ¿eh? Son ellas las que me provocan. Además yo no obligo a ninguna a hacer nada... Simplemente sé que van a caer rendidas a mis pies. Es tan fácil engatusarlas. El problema viene con las que se ilusionan con “algo más”. Lo siento, chicas, pero yo soy un abejorro que va de flor en flor hincando su preciado aguijón, a ver si lo entendéis.
Empecé a pensar hace un tiempo que quizás tenía algún tipo de poder para controlar a la gente; pero toda duda se disipó al ver que con mi madre era imposible, ella es la que me termina controlando a mí.
¡RIIING! El timbre. Bueno, ahora es el momento de camuflarme entre la gente y llegar hasta mi taquilla. Entro dentro del instituto y compruebo que los pasillos están repletos de alumnos.
¿Quién es ese que me ha saludado? Dios, ser yo es tan complejo... Siempre me saluda todo el mundo y realmente solo conozco a la mitad de ellos: un cuarto son mis amigos y el otro unas pocas de las chicas con las que me he liado (¡es imposible que las recuerde a todas!).
Bien, mi taquilla. Suspiro y la abro. ¿Qué clase se supone que tengo ahora?

-         Historia, Lucas, tienes historia. - ¡Dios!
-         Joder, qué susto me has dado, tío. ¿Por qué siempre me lees la mente? Es antinatural.
-         Te conozco desde párvulos, creo que algo de eso influirá, ¿no? O eso, o la cara de imbécil que se te pone cuando “intentas” pensar.
-         ¿Debería reírme? – Le respondo divertido mientras cierro mi taquilla, con el libro de historia en la otra mano.
-         Si no lo haces es por que realmente eres imbécil.
-         O por que se te da de culo hacer bromas.
-         Sabes que no, tío. Ha sido bueno, admítelo.

Finalmente, me termino riendo. Kevin, mi mejor amigo desde que tengo memoria. Él sí se que sabe como animarme y me mantiene con los pies en la Tierra. Nunca lo he visto quejarse por que lo llamen “El amigo de Lucas” de vez en cuando. Aunque realmente, él tampoco tiene muchos problemas para ligarse a las chicas. A veces me pide consejos; pero es bastante guapo (según las muchachas, ¿eh?) y eso le ayuda. Para mí, simplemente es el mejor.

-         Vale, lo admito. – Al oír eso, a Kevin se le dibujo una sonrisa de triunfante en la cara. – Pero no te lo creas mucho, anda.
-         Seguiré pensando que soy mejor que tú, ya lo sabes. Oye, ¿se puede saber dónde estabas en clase de filosofía?
-         En el baño de las chicas, jugando al parchís. – Bromeo.
-         No sé ni para qué pregunto. – Pone los ojos en blanco - ¿Con cuál ha sido esta vez?
-         Con la rubia del recreo. La de las tetas grandes y el cerebro pequeño.
-         No jodas. Dios, ¡esa está tremenda! – Dice mientras mira al techo levantando los brazos.
-         Lo sé; pero solo nos hemos liado, resulta que el baño del instituto no le parecía el sitio adecuado. – Comienzo a hablar en susurros conforme entramos en clase.
-         Así que esta tarde te la llevarás a casa, harás el truquito de la musiquita y listo. – Pone los ojos en blanco.
-         ¡Como me conoces! – Le guiño el ojo y nos sentamos en la fila del fondo – Oye, ¿y la chica esa con la que te vi en la fiesta del sábado qué?
-         ¿Cuál? – Me mira con las cejas fruncidas - ¡Ah! Julia. Nos enrollamos y hemos quedado mañana en su casa, “para estudiar”. – Hace el gesto de las comillas con los dedos.
-         En serio, no sé cómo lo haces para acordarte de todos los nombres. – Comenzamos a reírnos.
-         Mi lista es más corta que la tuya, colega.
-         Chicos, atended, por favor. – Nos corta la profesora.

En esa clase siempre tengo tiempo de pensar en mis cosas. No sé por qué la gente está cogiendo apuntes todo el rato, si esta tía siempre pone preguntas del libro y no de lo que dice. En fin, ellos sabrán.
Ahora que lo pienso, ¿con cuántas tías he estado ya? A ver... unas... Buf... ¿Esa también cuenta? Sí, esa también. Entonces unas... ¿30? Quizás alguna más que no recuerdo bien. Esta noche, cuando apunte a la rubia en mi lista secreta, las contaré.

C.